viernes, 17 de junio de 2011


“Aprended a hablar con amor y dulzura, no sólo a los seres humanos sino también a los animales, a las flores, a los pájaros, a los árboles, a toda la naturaleza, pues es una costumbre divina. El que sabe pronunciar palabras que inspiran, que vivifican, posee una varita mágica en su boca, y nunca pronuncia estas palabras en vano porque siempre, en la naturaleza, uno de los cuatro elementos, la tierra, el agua, el aire o el fuego, están ahí, atentos, esperando el momento de realizar todo lo que hemos expresado. Puede ocurrir que la realización se produzca muy lejos de aquél que ha proporcionado los gérmenes, pero sabed que siempre se produce. Así como el viento transporta las semillas y las siembra muy lejos, también nuestras buenas palabras vuelan y producen lejos o cerca de nuestros ojos resultados magníficos. Si aprendéis a dominar vuestros pensamientos y vuestros sentimientos, a poneros en un estado de armonía, de pureza, de luz, producirás ondas que actuarán benéficamente sobre toda la naturaleza”.

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